
Nuestra vida está llena de momentos fugaces, de maravillosos, intensos, únicos, e irrepetibles momentos que aparecen y se van con la velocidad de una estrella fugaz. Y al final el único recurso que nos queda para inmortalizarlos es ponerlos por escrito, nuestra memoria es tan frágil como el tiempo que se escurre entre las arenas de un reloj de arena. Caen y ya no volverán nunca jamás, aunque busquemos las mismas situaciones, con las mismas personas, nunca se volverán a repetir, serán otros, hermosos e intensos, pero serán otros distintos.
A día de hoy, con casi 50 años, sólo hay una cosa que me gusta de verdad, y que voy a repetir lo que ya dije en otro post (Diario de un escritor que nunca lo fue, ni nunca lo será). “Pero me quedo con lo que dijo una escritora vocacional sobre algunas personas que escribimos “ …están los que englobaría en el grupo de los escritores sin esperanza. Los que escriben por una necesidad emocional de expresión, porque les sirve de terapia, porque les pone frente a su verdad, a su vida, a sus recuerdos. Estos escriben y escribirán siempre, tengan o no tengan éxito, porque se ha convertido en su forma de vivir, su vocación”.
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